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Chapter 91 -  Capítulo 20: No preguntes, solo corre

Volkhov sintió el impacto del agua helada como si miles de agujas atravesaran su piel. El frío le robó el aliento de inmediato, convirtiendo su instinto de supervivencia en su única prioridad. La corriente lo arrastró con fuerza, golpeándolo contra rocas sumergidas y retorciendo su cuerpo como una marioneta sin control.

Por un instante, su mente quedó en blanco. No sentía sus dedos. No sentía sus piernas. Solo el gélido abrazo de la muerte acercándose.

Pero entonces, un destello de luz arriba: la grieta en el hielo.

Volkhov intentó nadar, sus brazos luchando torpemente contra la corriente. Su ropa empapada lo pesaba como si llevara una armadura de plomo. Estaba perdiendo energía demasiado rápido.

"Si no salgo en los próximos segundos… estaré muerto."

Los pulmones le ardían. La desesperación creció cuando intentó golpear el hielo con el puño, pero este no cedió. Su visión se tornó borrosa. Su cuerpo comenzaba a rendirse.

Entonces, una sombra apareció sobre la grieta.

Alguien se lanzó al agua.

Unos brazos firmes lo sujetaron del abrigo y lo arrastraron hacia la superficie. El hielo crujió cuando emergieron, pero resistió. Volkhov sintió el aire helado cortar su rostro cuando fue arrastrado fuera del agua.

—¡No te duermas, Volkhov! —La voz de Aiko perforó su mente como un disparo.

Volkhov apenas podía enfocar su mirada, pero allí estaba ella: empapada, temblando, pero viva. Su cabeza aún en su sitio, sin rastro de su decapitación.

"Imposible…"

Aiko lo sostuvo por la chaqueta y le dio un fuerte golpe en la cara.

—¡Despierta, carajo! No me costó salvarte para que mueras aquí.

El impacto le devolvió algo de claridad. Su respiración era errática. Su cuerpo temblaba sin control, al borde de la hipotermia. Necesitaban moverse o el frío los mataría.

Pero entonces, el inconfundible sonido de helicópteros retumbó en el cielo.

Aiko levantó la vista. Entre la ventisca, pudo ver dos Mi-28 "Havoc" acercándose. Los rusos los habían encontrado.

—¡Mierda!

El haz de luz de un reflector iluminó el hielo donde estaban. No tenían dónde esconderse.

Volkhov intentó levantarse, pero sus piernas apenas respondían. Aiko lo cargó sin esfuerzo, colocándolo sobre su espalda.

—Aguanta, soldado.

Y entonces, corrió.

Los helicópteros abrieron fuego, y el hielo explotó a su alrededor en un frenesí de metralla y agua helada.

Aiko esquivó, saltando con movimientos imposibles para un humano normal. Cada disparo parecía apenas rozarla. No, no era solo habilidad… su cuerpo se movía con una precisión sobrehumana.

Volkhov, aún medio consciente, vio algo en sus ojos.

Algo inhumano.

Y entonces lo entendió:

Aiko no era humana

Era algo mucho peor.

El bosque cubierto de nieve los recibió con un silencio sepulcral. Tras la brutal persecución de los helicópteros, Aiko y Volkhov lograron escapar adentrándose en la espesura. Solo el crujido de sus pasos sobre la nieve y el eco de su respiración agitada rompían la quietud.

Volkhov se dejó caer contra el tronco de un árbol, aún empapado y temblando. Se pasó una mano por el rostro, tratando de procesar todo lo que acababa de ocurrir.

Aiko estaba en cuclillas frente a él, completamente desnuda.

Volkhov parpadeó.

Parpadeó otra vez.

—…¿Siempre te paseas así después de una misión? —logró decir, su cerebro aún intentando digerir la situación.

Aiko se miró a sí misma y suspiró.

—Dame algo de ropa antes de que se me congelen las tetas.

Volkhov abrió su mochila y sacó lo primero que encontró: una sudadera negra y un pantalón de camuflaje.

—Aquí, vístete rápido.

—¿Están limpios?

—¿De verdad vas a preguntar eso en este momento?

Aiko se encogió de hombros y se vistió en silencio. Volkhov apartó la mirada por respeto… pero no pudo evitar espiar de reojo. Era un soldado, no un monje.

Mientras Aiko terminaba de ponerse la ropa, algo llamó la atención de Volkhov dentro de su mochila. Era una mano.

Más precisamente, la mano de Ryuusei.

Se quedó observándola, sintiendo una incomodidad reptar por su espalda. Se veía fresca, como si hubiera sido cercenada hace unos minutos… pero no había sangre.

—Aiko… —dijo en voz baja—. ¿Por qué tengo la mano de Ryuusei en mi mochila?

Aiko terminó de ajustarse la sudadera y miró la extremidad con calma.

—Ah, genial. Ya es hora.

—¿Hora de qué? —Volkhov sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Confía en nosotros —respondió Aiko, extendiendo su mano—. Dámela.

Volkhov dudó… pero finalmente obedeció.

Aiko sostuvo la mano de Ryuusei y la colocó en el suelo cubierto de nieve.

Y entonces, comenzó la pesadilla.

Primero, los dedos se retorcieron como si estuvieran despertando de un largo sueño. Luego, el muñón comenzó a alargarse, formando poco a poco un antebrazo cubierto de tejido vivo y expuesto.

Volkhov sintió náuseas al ver cómo los músculos, tendones y venas se entrelazaban con una precisión macabra, como si alguien estuviera armando un rompecabezas de carne.

Después vino el codo. Luego el hombro. La piel aún no se regeneraba del todo, dejando al descubierto la estructura ósea y las fibras musculares latiendo como un corazón enfermo.

Pero lo peor fue la cabeza.

Volkhov tragó saliva mientras veía cómo se formaba el cráneo desde cero. Primero la base, luego los huesos frontales y parietales, hasta que, con un sonido húmedo, el cerebro quedó expuesto por unos segundos, pulsando como una criatura independiente.

Los ojos se insertaron de golpe en las cavidades óseas.

La mandíbula crujió al encajarse en su lugar.

El cuello se alargó, la tráquea expuesta como una serpiente enroscándose sobre sí misma.

Luego vino el torso, con costillas regenerándose en espiral, seguidas por los órganos internos que se acomodaban como en una disección a cámara inversa.

Finalmente, la piel cubrió todo el cuerpo en un solo movimiento, como una cortina de carne cerrándose.

Ryuusei parpadeó.

Tomó aire.

Y sonrió.

—¡Ahhh, qué frío de mierda! —se quejó, abrazándose a sí mismo—. ¿Tienen algo de ropa o esperan que me enfrente al mundo en bolas?

Aiko le lanzó otra sudadera y un pantalón. Ryuusei los atrapó y comenzó a vestirse tranquilamente, como si no hubiera pasado nada.

Volkhov, aún con la boca abierta, se inclinó y vomitó en la nieve.

Aiko le dio unas palmaditas en la espalda.

—Tranquilo. La primera vez siempre es difícil.

Volkhov respiró hondo, tratando de recuperar el control. Miró a Ryuusei, quien se ponía la sudadera como si fuera otro día cualquiera.

—¿QUÉ CARAJO ACABO DE VER? —explotó finalmente.

Ryuusei sonrió con arrogancia.

—Eso, mi amigo, fue arte.

Volkhov se sintió más seguro cuando estaban siendo perseguidos por helicópteros armados.

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