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Chapter 22 - [始まりの箱] La Caja del Comienzo

Caminaron durante un rato más entre los senderos del jardín, rodeadas por la brisa templada y el suave murmullo de las hojas al moverse. El canto lejano de un ave desconocida parecía acompañar sus pasos, como si incluso el cielo quisiera mantenerse en calma.

De pronto, Yukari se detuvo.

Una voz apenas audible, como un susurro arrastrado por el viento, rozó su oído.

—Princesa... Princesa...

Le siguieron unas pequeñas risas, infantiles y lejanas, como si brotaran desde algún rincón escondido entre los árboles.

Yukari frunció ligeramente el ceño. Sus ojos recorrieron el entorno, inquietos. El tono era familiar, pero no podía ubicarlo. Buscó con la mirada entre los arbustos, entre las ramas altas... nada.

—¿Te pasa algo? —preguntó Amira al notar la expresión de su amiga. Sin soltar su mano, la miró con preocupación.

—No es nada… —respondió Yukari, bajando un poco la mirada—. Solo estoy confundida. Tal vez… por los recuerdos. Esas imágenes borrosas que vienen y van sin avisar.

—Ah… es por eso —murmuró Amira con una sonrisa suave. Luego alzó la vista hacia ella y, con un tono reconfortante, agregó—: Tranquila. No tienes que preocuparte tanto por esas cosas. Con el tiempo, todo se te irá revelando. El alma recuerda a su propio ritmo.

—Tal vez… —respondió Yukari, y su mirada se perdió por un momento entre los pétalos que caían lentamente—. Pero eso es justo lo que me asusta… Descubrir cosas que tal vez sería mejor no recordar.

Amira apretó su mano con más firmeza.

—No tienes de qué preocuparte —dijo con convicción—. Dudo mucho que sean cosas malas. Y si alguna vez lo fueran, sé que tienes el poder y la fortaleza suficiente para enfrentarlas. Después de todo… tienes sangre celestial.

Yukari la miró en silencio. Un instante después, una leve risa escapó de sus labios, y su expresión se suavizó.

—Si lo dice la guardiana del Árbol de la Vida, entonces debería confiar en ello.

Una nueva luz brilló en sus ojos. El temor seguía ahí, pero ahora envuelto en un calor diferente: el de no estar sola..

—Yo creo que ya hemos buscado mucho —murmuró Amira, sacudiendo suavemente sus manos con un suspiro cansado—. Deberíamos descansar un poco bajo ese árbol. ¿Qué dices, Yukari?

—Me parece bien —asintió ella, observando los alrededores con cierto agotamiento—. Creo que así podríamos replantearnos bien los lugares por donde todavía no hemos buscado.

—¡Genial! Entonces vamos.

Ambas caminaron hasta la sombra de un cerezo antiguo, cuyas ramas caían como un velo rosado sobre la hierba. Yukari se sentó primero, dejando escapar un pequeño suspiro mientras apoyaba las manos en el suelo cubierto de pétalos.

Fue entonces cuando sus dedos rozaron una piedra extraña, incrustada en la tierra. Tenía un símbolo tallado que no había notado antes. Al tocarla, una sensación helada le recorrió la piel, y en su mente apareció una imagen fugaz: una puerta de madera tallada, envejecida por el tiempo, con una lámpara apagada colgando sobre ella.

Parpadeó, confundida. Su respiración se volvió más lenta, como si todo a su alrededor se desdibujara por un instante. Luego se levantó, guiada por un impulso inexplicable, como si algo la llamara en silencio.

—¿Qué sucede, Yukari? ¿A dónde vas? —preguntó Amira, siguiéndola con pasos apresurados.

—No lo sé... pero necesito llegar a ese lugar —respondió ella sin voltear, su voz apenas un susurro.

Sin pensarlo demasiado, se adentraron en una zona del jardín que parecía olvidada . La vegetación era más densa, las flores crecían en formas inusuales, con tonos que parecían salidos de un sueño. Los árboles allí eran distintos, más altos, con ramas que parecían murmurar secretos entre ellas.

Hasta que, al fondo, entre las raíces de un árbol retorcido, descubrieron una vieja puerta cubierta de hiedra. Casi invisible, como si el bosque hubiera intentado ocultarla del mundo. La madera estaba agrietada, pero aún firme, con antiguos símbolos apenas visibles bajo el musgo.

Yukari se detuvo frente a ella. Sus ojos se clavaron en la puerta, y por un momento, el viento pareció enmudecer.

—¿Estás segura de que quieres abrirla? —preguntó Amira en voz baja, mirándola con preocupación.

Yukari tragó saliva. No sabía qué habría del otro lado, ni por qué sentía ese impulso tan profundo en el pecho.

—No lo sé... —dijo al fin—. Pero tal vez esto sea necesario.

Con un leve crujido, Yukari alzó la mano y apartó lentamente la hiedra que cubría el pomo de la puerta. El contacto con la madera antigua le provocó un escalofrío, pero no retrocedió. Empujó con suavidad, y la puerta cedió con un chirrido largo y quebrado, como si hubiese estado esperando ser abierta durante siglos.

Al otro lado, el aire era más denso y frío. Una tenue luz filtrada desde el jardín apenas iluminaba el interior. Polvo flotaba en el ambiente como motas suspendidas en el tiempo.

El cuarto parecía haber sido olvidado por todos, atrapado entre las raíces del palacio mismo. Las paredes de piedra estaban cubiertas de una hiedra más pálida, casi blanca, y del techo colgaba una lámpara oxidada, su cadena crujía con el vaivén del viento que ahora se colaba por la puerta abierta.

En un rincón, un espejo cubierto por una manta blanca llamaba la atención. Yukari se acercó lentamente, notando que el tejido que lo cubría parecía más nuevo que el resto de las cosas del lugar, como si alguien lo hubiese protegido deliberadamente. A un lado del espejo, un poco más lejos había una mesita de madera vieja, dondescansaba una pequeña caja tallada, con un diseño intrincado que parecía moverse sutilmente bajo la luz.

—¿Qué es este lugar...? —susurró Amira, cruzando el umbral con cautela.

—No lo sé —respondió Yukari con voz baja, sin apartar la vista de la caja—. Pero algo aquí me resulta… familiar.

Avanzó un paso más, como si el cuarto respirara con ella. Al extender la mano hacia la caja, una sensación de calor le recorrió el brazo, distinta a la visión anterior. Esta vez, era algo más cercano… más íntimo.

Pero justo antes de tocarla, Amira la tomó del brazo con suavidad.

—Yukari... ¿no crees que deberíamos esperar? —preguntó, sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y asombro—. Tal vez este lugar no quiere ser perturbado aún.

Yukari vaciló por un instante, su mirada fija en la caja. Luego bajó la mano lentamente y suspiró.

—Tienes razón. No quiero forzar nada.

Ambas se quedaron allí en silencio por un momento, con la tenue luz danzando sobre los objetos cubiertos de polvo. El cuarto había permanecido oculto demasiado tiempo… pero su secreto, ahora, estaba despierto.

La voz volvió a susurrar, esta vez más clara, más urgente, como si atravesara las paredes del tiempo:

—Yukari… ayúdame…

Yukari, te necesito…

No tengas miedo…

La joven se volvió hacia el espejo cubierto, su cuerpo reaccionando antes que su mente. Caminó lentamente, como si los pies no le respondieran del todo. Amira dio un paso al frente, alarmada.

—¡Yukari! No creo que sea buena idea... ¡Regresemos!

Pero Yukari no respondió. Estaba atrapada en algo que no comprendía, como si aquella voz se enredara en su mente, empujándola hacia lo desconocido.

Sus manos temblaron apenas cuando tocó la manta blanca. La retiró con un movimiento decidido.

Y entonces, el caos.

Un chillido agudo resonó en la habitación, seguido por el llanto estridente de varias niñas y un grito desgarrador de una mujer. El sonido parecía venir del interior del espejo… justo antes de que éste estallara en mil pedazos.

Los fragmentos salieron disparados como cuchillas de cristal, y Yukari apenas tuvo tiempo de cubrirse. Varios la alcanzaron. Cortes profundos surcaron sus brazos, su cuello y parte de su rostro. La sangre brotó sin control, marcando su vestido blanco con manchas carmesí.

—¡¡Yukari!! —gritó Amira, corriendo hacia ella con el rostro desencajado por el miedo.

Pero Yukari no se detuvo. A pesar del dolor punzante que la hacía tambalear, avanzó con torpeza hacia la caja que había visto antes. Cada paso dejaba una huella roja en el suelo de piedra. Su respiración era entrecortada, y su cuerpo parecía a punto de ceder, pero sus ojos… sus ojos no parpadeaban. Algo la llamaba desde esa caja, algo más fuerte que el miedo o el dolor.

Amira se llevó las manos al rostro, temblando. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Yukari tambalearse, la sangre resbalando por su piel como tinta oscura. Un nudo le apretaba el pecho.

—¡Yukari, por favor! —gritó entre sollozos—. ¡Necesitamos a Ryujin! ¡Estás perdiendo demasiada sangre!

Yukari se arrodilló con la caja frente a ella. Con sus manos temblorosas y cubiertas de sangre, abrió la tapa tallada.

Un silencio repentino llenó la habitación, como si el tiempo se hubiera congelado al instante.

El contenido de la caja parecía brillar con una luz débil y dorada, envolviendo a Yukari con una calidez extraña, en completo contraste con la oscuridad que los rodeaba.

Amira se cubrió la boca, sollozando.

—¿Qué… qué es eso?

Pero Yukari, respirando con dificultad, apenas alcanzó a murmurar:

—Esto… es solo el principio.

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