No todos los ecos son ruidos del pasado. Algunos aún respiran, atrapados en los bordes del tiempo.
Y hay quienes han aprendido a escucharlos, no con los oídos… sino con el alma.
—El Cronista Silente
La pluma se deslizó sobre el pergamino con una suavidad casi antinatural. La tinta, negra como la noche entre dos mundos, no temblaba ni una vez. Cada palabra era escrita con precisión, como si ya hubiese sido vivida.
El anciano —o tal vez joven, nadie podría decirlo con certeza— estaba sentado bajo un árbol seco en algún rincón de un lugar que no existía en los mapas. Sus ojos no parpadeaban. Veían más allá del papel, más allá del ahora.
Narraba.
“Y entonces, Yukari abrió la caja…
Y la herida del mundo comenzó a sangrar.”
Cerró los ojos. No por cansancio, sino porque ya había visto suficiente por hoy.
—Ella no lo sabe aún —susurró para sí mismo—, pero cada paso suyo es una línea más en la historia que aún no se ha contado.
Y yo… soy su lector más fiel.
El viento no soplaba, pero las hojas caían.
Un cuervo blanco graznó a lo lejos, como si aprobara la última línea escrita.
El Cronista Silente sonrió, apenas.
—Que comience el nuevo relato...