“Tú perteneces a este mundo, aunque no lo recuerdes aún…”
La cena, si es que podía llamarse así, había transcurrido entre risas suaves, comentarios curiosos y preguntas que quedaban flotando en el aire sin respuesta. Yukari no comió demasiado, aunque sí lo suficiente para que su estómago dejara de protestar. No sabía si era por la magia del lugar o por la presencia de Amira, pero sentía una paz que no experimentaba desde hacía mucho tiempo.
—Creo que... eso fue suficiente por hoy —dijo Amira mientras estiraba los brazos hacia el techo de la sala, con un leve bostezo que no logró disimular del todo—. Ya está oscureciendo, y aunque aquí nunca es realmente de noche, mi cuerpo igual se cansa.
Yukari desvió la vista hacia una de las grandes ventanas del salón. El cielo, que antes brillaba como un lienzo dorado, ahora se teñía con tonos lilas y azules profundos, como si el reino mismo quisiera descansar.
—¿Tú también duermes?
—¡Claro que sí! —respondió Amira con una sonrisa mientras se ponía de pie—. Aunque no como los humanos. Pero igual necesito cerrar los ojos de vez en cuando... para soñar.
Sin dudar, tomó la mano de Yukari con naturalidad.
—Vamos, quiero que duermas conmigo esta noche. La habitación es enorme, y además... me gusta tener compañía.
La invitación tomó por sorpresa a Yukari, poco acostumbrada a esa calidez repentina.
—¿Dormir juntas?
—Sí, no seas rara —respondió Amira con un tono ligero—. Hay cosas que aún no entiendo de ti, pero hay algo en tu mirada… no sé, me hace sentir menos sola.
En vez de responder, Yukari observó la pequeña mano que sostenía la suya con firmeza. Después de una breve pausa, asintió.
—Está bien. Pero no ronques.
Amira soltó una risa mientras la guiaba por un pasillo amplio adornado con faroles flotantes y paredes cubiertas de antiguos símbolos que brillaban suavemente a su paso.
—Oye, la que parece que va a roncar eres tú...
Yukari dejó escapar un resoplido suave, sin confirmar ni negar nada. Aún no lo decía en voz alta, pero algo dentro de ella comenzaba a sentirse en casa.
La habitación a la que llegaron era amplia y acogedora, iluminada por una luz suave que parecía emanar del techo, como si una luna artificial flotara sobre ellas. Las paredes estaban cubiertas por cortinas de seda translúcida, que cambiaban entre azul, blanco y lavanda, dependiendo de cómo las tocaba la luz. En el centro, un futón grande con mantas bordadas con símbolos antiguos invitaba al descanso. Aromas dulces, como a flores nocturnas y madera cálida, flotaban en el aire.
—Este lugar… es más grande de lo que imaginaba —comentó, mientras recorría el espacio con la mirada, aún desconfiando de tanta calma.
—A veces lo usamos para huéspedes importantes, aunque hace mucho que nadie duerme aquí conmigo —dijo Amira, abrazando una almohada redonda con forma de dragón mientras se sentaba en el futón—. Pero hoy me siento diferente. Me agrada tenerte aquí.
Yukari se sentó a su lado en silencio, estudiando cada rincón con atención.
—¿Te pasa algo?
—No… solo estoy pensando. Es raro, pero hay algo en este sitio que me hace sentir… incompleta. Como si estuviera buscando algo sin saber qué es.
La sonrisa de Amira se suavizó.
—Tal vez estás buscando tu verdadero nombre. A veces, las cosas más importantes no se recuerdan… se sienten.
Yukari bajó la mirada. Había escuchado muchas veces el nombre que los humanos le dieron, pero jamás sintió que le perteneciera del todo.
—Puede ser —susurró mientras se acomodaba entre las mantas—. Tal vez estoy más perdida de lo que quiero admitir.
Amira se acurrucó a su lado, cerrando los ojos.
—No tienes que encontrar todas las respuestas esta noche. A veces, basta con dormir un poco… y dejar que los sueños hablen por ti.
El silencio llenó la habitación, y una brisa fría recorrió las cortinas. Leve, casi imperceptible… pero suficiente para que Yukari sintiera que no estaban del todo solas.
El único sonido era la respiración tranquila de Amira, que dormía abrazada al pequeño cojín de dragón. Yukari, en cambio, no lograba conciliar el sueño. Algo en el ambiente había cambiado, como si una presencia invisible la observara desde las sombras más suaves del techo.
Fue entonces cuando la luz del techo titiló levemente, como si una estrella parpadeara desde otro mundo. Al pie del futón, una figura comenzó a tomar forma: silueta femenina, alta y esbelta, envuelta en un manto de telas etéreas que flotaban sin obedecer la gravedad. Su cabello caía como cascadas de luz líquida, y su piel brillaba con un resplandor perlado, casi irreal.
Sus ojos —profundos y serenos, llenos de siglos de sabiduría— se posaron sobre Yukari con una mezcla de ternura y reverencia.
—Al fin… te has atrevido a cruzar el umbral —susurró la figura con una voz suave, como arrancada de un sueño.
Yukari se incorporó lentamente. No sintió miedo, pero una extraña presión le oprimía el pecho, como si su alma reconociera a aquella presencia antes que su mente.
—¿Quién eres?
La mujer sonrió.
—Soy la representación del Palacio Celestial… o al menos, una parte de su esencia. Me manifesté así para que pudieras verme. Este lugar tiene memoria, y ha estado esperando tu regreso por mucho tiempo.
—¿Mi… regreso?
—Tú perteneces a este mundo, aunque no lo recuerdes aún. Incluso antes de que te llamaran "Yukari", ya eras parte de este lugar —dijo, flotando apenas sobre el suelo—. Algo dentro de ti está despertando. Pero debes tener cuidado… no todos los recuerdos son amables.
Las palabras calaron hondo. Algo en ellas despertaba memorias sin forma, emociones sin origen.
—¿Me estás diciendo que he estado aquí antes?
La figura no respondió. En cambio, tocó con dos dedos la frente de Yukari. Un destello fugaz cruzó su mente: un campo blanco cubierto de pétalos, un templo en ruinas, y una niña llorando frente a un espejo roto.
Luego, todo desapareció.
—Aún no estás lista para saber toda la verdad —susurró, desvaneciéndose en partículas de luz—. Pero cuando lo estés… el palacio te lo revelará.
Y así como llegó, desapareció entre hilos de niebla y luz.
Yukari se quedó sentada, con el pecho ardiendo por una sensación desconocida. Una promesa olvidada.
Al otro lado del futón, Amira murmuró algo entre sueños. Yukari la observó por un momento, luego se recostó a su lado, esta vez con los ojos abiertos, contemplando el techo como si buscara respuestas entre las sombras.