Mientras avanzaban, Yukari no podía evitar maravillarse con el paisaje que la rodeaba. La hierba era de un verde vibrante, el cielo resplandecía con una luz etérea, y el dulce aroma de las flores flotaba en el aire como si todo fuese parte de un sueño.
Para Amira, en cambio, aquel mundo era su hogar, un lugar que veía todos los días. Sin embargo, poder mostrárselo a alguien más le llenaba el corazón de alegría.
Al llegar al puente que conectaba con el palacio del Dios Dragón, Amira se detuvo de golpe y llevó una mano a la barbilla, pensativa.
—Mmm… ahora que lo pienso, ¿cómo haremos para que pases? —preguntó, girándose hacia Yukari con el ceño fruncido—. Solo aquellos con sangre celestial pueden cruzar… ¿Tienes alguna idea?
Yukari la miró con calma, luego avanzó sin dudar hacia el borde del puente.
—No creo que sea un problema —dijo con serenidad—. Después de todo… tengo el presentimiento de que poseo sangre celestial.
Amira abrió los ojos de par en par al verla avanzar sin dificultad.
—¡Increíble! —exclamó, corriendo tras ella—. ¿Qué clase de diosa eres? ¿O acaso eres una semidiosa?
La expresión de Yukari se mantuvo serena, aunque una chispa de duda cruzó su mirada.
—No lo sé con certeza… —respondió con tono distante—. Pero desde pequeña, siempre me decían que mi sangre no era del todo humana.
Entrelazó las manos detrás de la espalda y sonrió con ligereza.
—Tal vez solo lo hice por intuición.
Amira ladeó la cabeza y le sonrió con picardía.
—Eres muy rara, ¿lo sabías? Pero Ryujin siempre dice que lo extraño suele volverse interesante.
Yukari arqueó una ceja, divertida.
—¿En serio soy tan rara? Supongo que… desde niña nunca encajé con los humanos. Siempre fui demasiado fría. Quizá por eso me temían.
Bajó la mirada un instante.
—Una vez intenté quedarme en una aldea. Pensé que podría tener una vida normal… pero me echaron. Decían que mi magia era peligrosa.
—Y aún te preguntas por qué te llamé rara… —murmuró Amira para sí misma.
—¿Qué dijiste, Amira? —Yukari entrecerró los ojos, notando el murmullo.
—¡Nada, nada! —rió la niña con nerviosismo—. Solo pensaba que quizás tu forma de ser no encaja del todo con ellos.
Yukari se cruzó de brazos y asintió.
—Puede ser… Ahora que lo dices, siempre he sentido que no soy como ellos.
Amira la miró con más atención y luego preguntó:
—¿Por qué te refieres a ellos como “humanos”? ¿Acaso tú no lo eres?
Yukari desvió la mirada. Su voz se tornó más baja.
—No lo sé. Desde que tengo memoria, me llamaban “bruja de hielo”… como si fuera un monstruo. Como si yo fuera algo distinto.
Amira bajó la mirada con un dejo de tristeza.
—Sí que has tenido una vida difícil…
Al darse cuenta de lo que había dicho, se cubrió la boca.
Pero Yukari sonrió, sin resentimiento.
—Sí. Pero gracias a eso, también me volví más fuerte.
Amira la observó unos segundos en silencio, y luego le devolvió la sonrisa.
—Tal vez eso es lo que te hace especial.
Sin decir más, ambas continuaron caminando hacia el palacio, con la brisa cálida acariciando sus rostros y la promesa de verdades aún ocultas aguardándolas más adelante.