El viento gélido barría el campo de batalla como un lamento. Donde antes rugían las llamas del dragón carmesí, ahora solo quedaban vapores y escarcha. La tierra, aún agrietada por el choque de fuerzas titánicas, parecía contener la respiración.
Yukari seguía de pie junto a su dragón de hielo. La lanza en su mano temblaba, no por miedo, sino por el agotamiento que pesaba en sus músculos. A pesar de la aparente victoria, su mirada no mostraba alivio.
A su espalda, los soldados de Azran comenzaban a reagruparse. Algunos se arrodillaban, agradeciendo estar vivos; otros simplemente observaban el cielo, aún temerosos de que el enemigo regresara.
—Ganamos… —murmuró Airi, la princesa de Azran, con la voz aún incrédula.
Pero Yukari no respondió. Sus ojos seguían fijos en el horizonte, donde la sombra del jinete oscuro había desaparecido junto con su bestia. La presión mágica que ambos habían dejado atrás aún flotaba en el aire, densa… inquietante.
Un estremecimiento cruzó su espalda. No era una simple sensación de peligro. Era algo más profundo.
Un eco en la sangre.
—¿Quién eres…? —susurró, más para sí misma que para nadie.
Un Misterio Grabado en la Sangre
La nieve crujió bajo sus pasos mientras se acercaba a Airi.
—Necesito saber más sobre la reina de Iskers. Lo que sea —dijo Yukari, con voz firme.
Airi se mostró sorprendida por la brusquedad, pero respondió con seriedad.
—Lo poco que sabemos… es aterrador. Rige su reino desde las sombras. Nunca se ha mostrado en público, ni siquiera durante los tratados de guerra. Solo sus generales hablan en su nombre.
—¿Y su magia?
—Colosal. Según algunos informes, ni siquiera Kael la ha visto liberar su verdadero poder. —Airi vaciló, y su tono bajó—. Pero hay rumores…
Yukari alzó la vista, expectante.
—Dicen que no es humana.
Un silencio pesado cayó entre ambas.
—Se habla de sangre celestial, de un linaje que no pertenece a este mundo. Algunos creen que… es descendiente directa de un dragón divino.
Yukari cerró los ojos un instante. El calor de las llamas del dragón carmesí aún palpitaba en su memoria… y había algo en ese poder que no le era ajeno. No solo lo había sentido. Lo había reconocido.
—Eso explicaría por qué su presencia… se parece tanto a la mía —murmuró.
Airi la miró con sorpresa.
—¿A la tuya?
Yukari no respondió. En su interior, las piezas comenzaban a encajar. No eran simples enemigas separadas por bandos… algo más profundo, más antiguo, parecía unirlas.
El campo de batalla había terminado. Pero las verdaderas preguntas apenas comenzaban a emerger.
Y en lo más profundo de su ser, Yukari supo que esta guerra no se trataba solo de Azran e Iskers.
Era una guerra de sangre.