El campo de batalla era una tormenta de vapor, fuego y escarcha.
Kael se deslizaba sobre el hielo con una velocidad inhumana, cada paso suyo rompía la superficie congelada, dejando surcos ardientes a su paso. A su alrededor, las llamas danzaban como bestias hambrientas.
—¡E-eso es…! —murmuró un soldado de Azran con los ojos abiertos de par en par.
—Magia ancestral… —susurró Yukari, aferrando su lanza con fuerza—. El linaje del Dragón Carmesí.
Kael levantó su espada envuelta en fuego.
—紅狼の爪 (Kōrō no Tsume) — ¡Garras del Lobo Carmesí!
El ataque estalló en una forma de garras ígneas, lanzándose hacia ella con un rugido bestial.
Sin dudar, Yukari clavó su lanza en el suelo y gritó:
—Muro del Alba Invernal.
Un muro de hielo se alzó con un crujido agudo, interceptando las llamas. El choque fue ensordecedor: fuego y escarcha se enfrentaron en un estallido de energía que lanzó una onda expansiva por todo el valle. La nieve se evaporó, el suelo tembló, y el aire mismo pareció desgarrarse.
Cuando el humo se disipó, Yukari seguía de pie. Sus guantes humeaban, la lanza temblaba en sus manos, pero su mirada permanecía firme.
Kael soltó una carcajada mientras sus llamas chispeaban a su alrededor.
—Aún en pie… Me agradas, guerrera.
—Yo no vine a caer —respondió Yukari—. Vine a proteger.
Kael sonrió, pero no dijo nada más. Se lanzó hacia ella una vez más.
Sus cuerpos colisionaron en una serie de ataques tan rápidos que los soldados a su alrededor apenas podían seguirlos. Cada golpe generaba estallidos de vapor. La nieve bajo sus pies se derretía solo para volver a congelarse con cada movimiento de Yukari.
Desde la colina, la princesa Airi observaba a través de su esfera mágica. El viento helado agitaba su capa, pero sus ojos seguían el duelo con una mezcla de temor y admiración.
—Esto ya no es una batalla entre humanos —murmuró.
—Es el duelo de dos fuerzas de la naturaleza —agregó su estratega.
En el campo, Kael se elevó por los aires, envuelto en una espiral de fuego.
—¡紅蓮の大剣 (Guren no Daiken) — Gran Espada Carmesí!
Su espada se transformó en una hoja de pura energía ardiente que iluminó el cielo como un segundo sol.
Yukari respiró hondo.
Recordó los rostros de los soldados que confiaban en ella. Recordó la voz de Airi, la promesa que se habían hecho de no retroceder jamás.
—¡氷嵐の槍 (Hyōran no Yari) — Lanza de la Tormenta Glacial!
El hielo emergió desde la tierra, envolviendo su arma en una capa de escarcha tan intensa que el aire se volvió cristalino. Su cuerpo entero brillaba con un resplandor azul.
Ambos descendieron. Fuego y hielo, en trayectoria de colisión.
El impacto fue apocalíptico.
Una explosión de energía sacudió las montañas, arrancó árboles, apagó llamas, y cubrió el campo de batalla en una nube de vapor y ceniza. Soldados cayeron de rodillas, ciegos por la luz, sordos por el estruendo.
Y luego… el silencio.
El mundo entero pareció congelarse.
Cuando la bruma finalmente se disipó, dos figuras seguían de pie.
Yukari, con la lanza enterrada en el suelo.
Kael, su espada a medio levantar.
Ambos respiraban con dificultad, cubiertos de quemaduras, hielo y sangre seca.
Pero solo uno de ellos sonreía.
Kael la miró con una chispa de respeto en los ojos.
—Heh… Parece que esta vez… has ganado.
Sus piernas cedieron. Cayó de rodillas, y luego de lado, como si el fuego que lo sostenía finalmente se hubiera apagado.
La nieve comenzó a cubrir su cuerpo, lentamente.
Yukari no se movió.
Su lanza tembló. Sus rodillas amenazaron con ceder. Pero no cayó.
Miró al cielo sin una palabra. Sintió las lágrimas arderle en los ojos, y no supo si eran de rabia, de alivio o de tristeza.
La guerra no había terminado.
Pero hoy… habían resistido.